El amigo que trancó la Contrarrevolución en América Latina

A diez años de la desaparición física del comandante Chávez, estamos agradecidos eternamente con él, por su ejemplo inclaudicable, su palabra inconfundible y su inmensa solidaridad

Los 90s era un período de desacumulación profunda para los pueblos latinoamericanos. A la sombra de la desarticulación de la Unión Soviética y planteada “el fin de las ideologías” como el momento cumbre de la hegemonía estadounidense neoliberal, los modelos culturales, sociales, político-económicos y por supuesto los capitales del imperio cabalgaban por el continente, desde México hasta Argentina.

Centroamérica se despertó un febrero de 1990 con el secuestro de la revolución sandinista, ganado electoralmente por las fuerzas proimperialistas después de diez años de guerra sucia financiada y dirigida por los EEUU.

La sangrienta invasión en Panamá en 1989 marcó un cambio en la retórica detrás de la agresión militar yanquí; por primera vez, el narcotráfico pintó como justificación para la presencia militar de EEUU en la región.

En Colombia, los acuerdos de paz entre el M19 y el gobierno liberal de Virgilio Barco fueron la antesala para el descabezamiento de su máxima dirigencia y el genocidio contra la Unión Patriótica aún estaba en ascenso. En Perú el MRTA fue prácticamente desarticulado y el Sendero Luminoso recibió un golpe mortal con la captura de Abimael Guzmán.

Cuba fue debilitada, aunque no derrotada, por el período especial, provocado la caída del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y por leyes nefastas de los estados unidos como la Enmienda Torricelli (1992) y la Ley Helms-Burton (1996).

Y México firmó el primer Tratado de Libre Comercio (TCLAN) con los Estados Unidos, inaugurando una nueva modalidad del imperialismo en el continente.

¿Una contrarrevolución sin sangre?

Las imágenes que vienen a la mente cuando uno piensa en el concepto de “período contrarrevolucionario” son imágenes sangrientas, de las fuerzas revolucionarias diezmadas en brutales y despiadadas masacres.

Sin embargo, las 90s nos enseñó que era posible que la clase dominante internacional y sus títeres locales inhabilitaran a las fuerzas revolucionarias del continente y provocaran su extremo debilitamiento y dispersión sin tanta sangre.Aunque las condiciones objetivas para la revolución se profundizaron con el neoliberalismo, las condiciones políticas y sociales para el ascenso de la lucha popular desaparecieron.

Llegó Chávez y mandó a parar

La toma de posesión de Chávez, su juramento frente al pueblo venezolano y sobre la “moribunda Constitución” marcó un giro y la primera derrota importante de la derecha en América Latina durante la década, a solo dos años del cambio de siglo.

La victoria de Chávez y del pueblo venezolano iluminó nuevos tiempos para las fuerzas populares del continente. Significó el fin del aislamiento casi total en que Cuba había sido arrinconado. Significó la construcción del segundo (después de Cuba) y más grande ejército de carácter antiimperialista en las Américas. Y sobre todo, significó un soplo de ánimo a todas las fuerzas antiimperialistas y anticapitalistas en el continente.

De ahí, comenzó un resurgimiento de gobiernos progresistas y de izquierda en el continente: Brasil, Bolivia, Ecuador y Argentina seguido por Uruguay, Nicaragua, El Salvador. Y esta correlación, unida a Cuba socialista, fue capaz de materializar la orientación de Chávez en una nueva integración política económica que derrotara el proyecto imperialista del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas) cuando Chávez mandó “ALCA al carajo” y nació la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), por su insistencia y la de Fidel. Chávez fue autor de iniciativas integracionistas como la 5ta Internacional, rápidamente sustituida por la arquitectura política e institucional de la CELAC, que uniría los gobiernos del continente de manera solidaria y soberana frente a la OEA.

A diez años de la desaparición física del comandante Chávez, estamos agradecidos eternamente con él por su ejemplo inclaudicable, su palabra inconfundible y su inmensa solidaridad; todos estos, elementos imprescindibles para la recomposición de las fuerzas populares de América Latina al fin del Siglo XX. Desde donde esté, su sonrisa sigue iluminando nuestras luchas y cantamos con él “El Lunerito” para animar nuestra marcha inconclusa.

Elena Freedman, El Salvador

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