La edad de oro Latinoamericana

Entonces, llegó Chávez. Y los hermanos se reencontraron al ALBA. Y volvió Calibán desbocado en un mundo que ya no comprende y que poco a poco también deja de comprenderle

Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó donde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar” así comienza el relato “Tres héroes” con el cual inició José Martí su revista infantil “La Edad de Oro”. Era el primer número de esta revista que se publicó en Nueva York en 1889. Martí estaba exiliado de su isla revolucionaria. En 1921 se recopilarían los cuatro ejemplares de la revista con formato de libro en Costa Rica. “Desde México hasta la Tie­rra del Fuego hay un inmenso continente donde la antigua semilla se fecunda y prepara la savia vital”, decía el poeta nicaragüense Rubén Darío; y los tres héroes de Martí: Bolívar, Hidalgo y San Martín, recorrían ya para siempre esta tierra fértil de revolución.

Una pena tiene la Edad de Oro; y es que no pudo encontrar lámina del Pabellón de Ecuador. Está triste la mesa cuando le falta uno de sus hermanos” con estas palabras terminaba el número tres de la revista de Martí, en referencia a la crónica para los niños de la exposición universal de París.

El padre de la patria cubana atendía a una gran misión: los niños y las niñas debían conocer cómo está hecho el mundo, desde las casas a Las Casas, desde la cuchara y el tenedor a la electricidad; y todo lo que había hecho el ser humano hasta ese momento. Solo así, esos niños -que eran el futuro- seguirían construyendo siguiendo el hilo de la historia. Un hilo que se fue deshilando a través de la voz de poetas, guerrilleros o libertadores; convirtiéndose no en atadura sino en comunión de una frontera más amplia, de una frontera de Patria Grande.

Y el Cóndor pasó por el cono sur, y los golpes se sucedían, se alimentó a paramilitares, se engordó a traidores locales… Y, sin embargo, el hilo permanecía. Se refugió en el Caribe en la isla revolucionaria de Martí; que quedó aislada.

¡Está triste la mesa cuando le falta uno de sus hermanos!”. Pero, entonces, llegó Chávez. Y los hermanos se reencontraron al ALBA. Y volvió Calibán desbocado en un mundo que ya no comprende y que poco a poco también deja de comprenderle.

Martí tenía razón y los niños latinoamericanos, después adultos, siguen apretando su mano, gritando donde todo el mundo pueda oírlo: ¡Este hombre de la Edad de Oro es mi amigo!

Carmen Parejo Rendón

Directora del medio digital Revista La Comuna, analista internacional en distintos medios de comunicación.

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